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Dolor en Guantánamo y parálisis en el Gobierno

18 de mayo de 2009
Andy Worthington


Aunque la semana pasada informé sobre un importante caso judicial a favor de Alla Ali Bin Ali Ahmed, preso yemení en Guantánamo, hubo pocos avances, durante los primeros 115 días de la administración Obama, para los hombres que siguen retenidos, a pesar de la promesa del presidente de cerrar la prisión en el plazo de un año. De los 241 presos que aún permanecen en Guantánamo, sólo uno, Binyam Mohamed, ha sido puesto en libertad, pero eso, está claro, se debe simplemente a que sus torturas, bien documentadas en Marruecos y Afganistán, se han convertido en un irritante persistente para los gobiernos británico y estadounidense en los tribunales de ambos lados del Atlántico.

Por lo tanto, no es de extrañar que, como informó Tim Reid para el London Times el viernes, tras una reciente visita a la prisión, el estado de ánimo de muchos de los presos sea de enfado, desesperación y suicidio. Reid explicaba cómo el rostro de un preso "asomaba a la estrecha ventana de la celda, con ojos oscuros y furiosos" y cómo, con "los brazos gesticulando salvajemente, hacía violentos movimientos cortantes con las muñecas, se golpeaba el costado de la cabeza y se introducía imaginarios tubos de alimentación por la nariz".

"Alfa-3", no paraba de murmurar mientras intentaba decirnos que el preso de la celda Alfa-3 era un suicida en huelga de hambre. Luego empezó a colocar fotos de familia contra el cristal, incluidos dos niños pequeños que miraban fijamente a la cámara agarrados a un ciervo de peluche. Pronto apareció otra cara en la ventana de otra celda -se cubrió la cara con el Corán y desapareció de la vista- y otra, gritando: "¿Qué es la libertad? Pregúntales, ¿qué es la libertad?".

Reid continuó explicando que, la noche de las elecciones presidenciales, "un cántico festivo de '¡Obama! ¡Obama! Obama!" se extendió por la cárcel", cuando los presos se enteraron de que había ganado, y que cuando, en su segundo día en el cargo, emitió su Orden Ejecutiva por la que declaraba que cerraría Guantánamo, "los detenidos estaban entusiasmados, gritando a los guardias: ¿Os habéis enterado? ¡Nos vamos de aquí!

Ahora, sin embargo, como explicaron los abogados de los presos, "todo el entusiasmo de enero ha desaparecido", y "entre los detenidos circula un chiste contado con humor de horca: 'Al menos Bush liberó a gente'".

Obama libera por fin a un segundo preso



Mientras se publicaba el artículo de Reid, había, al menos, buenas noticias para un preso de Guantánamo, Lakhdar Boumediene. Argelino de 43 años y antiguo residente en Bosnia, Boumediene siempre será conocido por el caso que lleva su nombre, Boumediene contra Bush, que llevó, el pasado mes de junio, a que el Corte Suprema dictaminara por segunda vez -tras los reveses impuestos, inconstitucionalmente, por el Congreso- que los presos de Guantánamo tenían derechos de habeas corpus; en otras palabras, el derecho, seis años y cinco meses después de que se abriera Guantánamo, a impugnar el fundamento de su detención ante un tribunal.

En noviembre, esto condujo a otra importante victoria para Lakhdar Boumediene, cuando el juez de su caso de habeas corpus, Richard Leon, nombrado por Bush, echó por tierra los argumentos del gobierno contra él -y contra cuatro de los otros cinco hombres detenidos con él en Bosnia en enero de 2002 en relación con un complot inexistente para volar la embajada estadounidense en Sarajevo- y ordenó su puesta en libertad (como expliqué en un detallado artículo en aquel momento, "Tras 7 años, el juez ordena la liberación de las víctimas de secuestro de Guantánamo").

Sin embargo, aunque tres de los hombres -Mustafa Ait Idr, Hadj Boudella y Mohammed Nechla- fueron liberados poco después, para reunirse con sus familias en Bosnia, Boumediene y el otro hombre, Sabir Lahmar, permanecieron en Guantánamo, al parecer porque ninguno de los dos tenía ciudadanía bosnia.

El limbo en el que se encontraba Boumediene se resolvió finalmente cuando, en un gesto de apoyo a la administración Obama, el gobierno francés accedió a aceptarlo. Tras su secuestro en Bosnia, la esposa y los dos hijos de Boumediene regresaron a Argelia, pero el gobierno francés lo aceptó porque tiene parientes en el sur de Francia. El 6 de mayo, cuando un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores francés declaró que Boumediene había sido "absuelto de todos los cargos relativos a la participación en eventuales actividades terroristas", el gobierno anunció también que, además de aceptar a Boumediene, estaba dispuesto a ofrecer la residencia a su esposa e hijos.

Rob Kirsch, uno de los abogados de Boumediene, que explicó que había estado reuniéndose con funcionarios franceses durante los dos últimos meses, y que un diplomático francés había hablado con Boumediene por teléfono en las últimas semanas, declaró: "Los franceses acaban de asumir aquí un papel de liderazgo asombroso. [Han] contemplado un verdadero desastre humanitario y han tomado medidas para abordarlo".

Kirsch también explicó que, el miércoles, cuando él y un diplomático francés llegaron a Guantánamo para tramitar la documentación necesaria para la llegada de Boumediene a Francia, su cliente, que llevaba 18 meses en huelga de hambre, intentó comer algo de comida francesa que había solicitado, pero no pudo con ella y, en su lugar, rompió simbólicamente su huelga de hambre comiendo arroz y judías, comprados en un restaurante de la base naval.

Sin embargo, aunque la liberación de Boumediene es otro pequeño paso hacia el cierre de Guantánamo, no servirá de mucho para tranquilizar a quienes siguen recluidos y hacerles creer que su sombría broma sobre la incapacidad de la administración Obama para liberar presos tiene menos peso.

Parálisis en el gobierno

Boumediene deja atrás no sólo a Sabir Lahmar, para quien no se ha encontrado ningún tercer país que esté dispuesto a aceptarlo, sino también a los otros 20 presos cuya liberación autorizaron los tribunales estadounidenses: Mohammed El-Gharani, residente saudí y nacional de Chad, que sólo tenía 14 años cuando fue apresado en una redada aleatoria en una mezquita de Pakistán, dos yemeníes (Alla Ali Bin Ali Ahmed, cuyo caso fue ampliamente demolido hace dos semanas, y Yasim Basardah, cuya liberación se ordenó hace seis semanas) y, lo más controvertido de todo, 17 uigures, musulmanes de la oprimida provincia china de Xinjiang.

En octubre, después de que un tribunal de apelación asestara el primer gran golpe a un caso concreto de Guantánamo, al dictaminar en junio que las supuestas pruebas del gobierno contra uno de los uigures, Huzaifa Parhat, eran similares a un poema sin sentido de Lewis Carroll, autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, El juez Ricardo Urbina ordenó que los uigures fueran puestos en libertad en Estados Unidos, porque su detención continuada era inconstitucional, porque no era seguro devolverlos a China y porque no se había encontrado ningún otro país dispuesto a aceptarlos.

Lamentablemente, esta sentencia fue apelada por el gobierno, y la apelación fue confirmada por dos de los tres jueces, A. Raymond Randolph y Karen LeCraft Henderson. El juez Randolph, en particular, tiene un largo historial de respaldo a las políticas de detención de la administración Bush en la "Guerra contra el Terror" en casos que finalmente fueron anulados por el Corte Supremo y, como resultado, es muy posible que sea necesaria una sentencia del Corte Suprema una vez más para hacer justicia y conceder la libertad a los uigures.

No obstante, es profundamente decepcionante que el gobierno de Obama no hiciera nada para contrarrestar la abismal indiferencia de su predecesor ante la inaceptable situación de los uigures cuando se resolvió finalmente el caso en febrero, y no es menos preocupante que, desde entonces, a pesar de haber propuesto tentativamente que se podría exigir al gobierno que aceptara al menos a algunos de los uigures en Estados Unidos para animar a otros países a aceptar a presos autorizados para ser liberados que, como los uigures, no pueden ser repatriados, tanto el presidente Obama como el fiscal general Eric Holder no han pasado de las palabras a los hechos.

En esto, además, su aparente parálisis refleja su incapacidad para actuar en nombre de cualquiera de los otros presos de Guantánamo que creyeron, el pasado noviembre, que el cambio en el que podían creer estaba a punto de producirse en Guantánamo. Recientemente he escrito dos artículos en los que examino la incapacidad general de la nueva administración para revocar de forma global las políticas de detención e interrogatorio de la administración Bush en la "Guerra contra el Terror", y para pedir cuentas a los responsables, y en los que expreso mi consternación por el hecho de que el gobierno esté estudiando planes para legitimar la política de "detención preventiva", en los casos de 50 a 100 presos, que constituye el núcleo de la injusta existencia de Guantánamo.

Además, aunque el gobierno aún no ha hecho pública la letra pequeña de su decisión de reintroducir una versión saneada de las Comisiones Militares, el sistema de "juicios por terrorismo" concebido por el ex vicepresidente Dick Cheney y su jefe de gabinete David Addington, observo que los informes anticipan que se aplicarán a menos de 20 de los prisioneros -aquellos, presumiblemente, los que estuvieron realmente implicados en los atentados terroristas contra Estados Unidos que supuestamente justificaron la existencia de Guantánamo, y no los adolescentes, como Omar Khadr y Mohamed Jawad, los irrelevantes insurgentes afganos menores y otros acusados anteriormente, cuyas actividades, aunque se haya demostrado que tuvieron lugar, nunca deberían haberse considerado "crímenes de guerra".

Como siempre, la administración Obama tiene que demostrar que ha estado escuchando a los funcionarios de las agencias de inteligencia que han estado afirmando, durante muchos años, que no más de unas pocas docenas de prisioneros tenían alguna conexión significativa con Al Qaeda, y que, con la excepción de la mayoría, o la totalidad de los 14 "detenidos de alto valor" trasladados a Guantánamo en septiembre de 2006, ninguno "podría ser considerado un dirigente o un alto operativo de Al Qaeda", y a Lawrence Wilkerson, ex jefe de gabinete de Colin Powell, que recientemente declaró que "no más de una docena o dos de los detenidos" tenían información de inteligencia de valor.

Obama y Holder también tienen que escuchar a los jueces que, poco a poco, y a pesar de la obstrucción intencionada del Departamento de Justicia, están, como demostró la juez Gladys Kessler en el caso de Alla Ali Bin Ali Ahmed, destruyendo los casos contra la mayoría de los presos, por una sencilla razón. En ausencia de cualquier conocimiento sobre ellos cuando llegaron por primera vez a la custodia de EE.UU. (porque en su mayoría fueron comprados a los aliados afganos y pakistaníes del ejército de EE.UU., porque al ejército se le prohibió examinarlos en Afganistán para determinar si eran combatientes o civiles, y porque la administración Bush equiparó a los soldados de infantería talibanes con terroristas de Al Qaeda), los casos contra ellos se basan, en su mayor parte, en una red de mentiras producidas por prisioneros que fueron torturados, coaccionados o sobornados para que hicieran confesiones falsas, y en un "mosaico" de inteligencia que se basa en rumores de segunda o tercera mano, culpabilidad por asociación y suposiciones sin fundamento.


 

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